Estamos en el norte de Senegal, una de las zonas más remotas del país, acampados al lado de una pequeña aldea. Todos se han metido dentro de la tienda a dormir. Después de 5 días de ruta, por fin encuentro el momento para escribir el primer post del viaje.
Hace tres años, cuando estaba viajando por el este y sur de África, alguien me dijo: “West Africa is the real Africa”. Sin tomarme la frase literalmente, porque obviamente todas las zonas son reales, se me quedó la idea de ir al oeste de África en la mente. Hace unos meses empecé a plantearme cambiar de trabajo y vi la oportunidad de hacer este viaje antes de ponerme a trabajar otra vez.
Al inicio pensé en volver a viajar en transporte público, igual que hice en 2014. Pero es un método muy lento y hay que tener mucha paciencia, me daba un poco de pereza volver a pasarme horas embutida en vehículos de todo tipo sin saber dónde estaba ni a dónde iba. Pensando en alternativas, se me ocurrió buscar información sobre empresas de Overlanding. Estas empresas organizan rutas en camión para grupos de varias personas. Durante mi viaje por el este y sur de África había vistos muchos por el camino. Pero hay muy pocos que operen en la zona del oeste.
Navegando por internet a mediados de julio del año pasado, me encontré con la web de Kumakonda. Alonso y Mónica, una pareja de Madrid, acababan de empezar su propia empresa de expediciones por el oeste de África. Llevaban meses preparando el camión y en noviembre operaban la primera ruta. Eso era justamente lo que estaba buscando. Me gustaba la idea de que fueran españoles, emprendedores y que justo estuvieran empezando. Todo esto le daba un plus de aventura al viaje. De esta forma podría viajar con gente y además movernos con nuestra propio vehículo, dándonos mucha más libertad que el transporte público. Alonso lleva años conduciendo camiones y Mónica habla perfectamente el inglés y el francés, los dos idiomas necesarios para esta región. Hacen un tándem perfecto y además los dos tienen mucha experiencia viajando por África. Después de hablar un poco con ellos confirmé que su idea de viaje encajaba con la mía y decidí apuntarme a una ruta de 9 semanas donde visitaremos 8 países: Senegal, Gambia, Guinea-Bissau, Guinea-Conakry, Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil y Ghana.
La ruta empezaba el lunes 16 de enero desde Dakar, la capital de Senegal. Aterricé en Dakar el sábado por la mañana. El aeropuerto es muy parecido a otros aeropuertos africanos: una infraestructura muy simple, vieja y mal mantenida. Aun medio dormida, paso el control de inmigración relativamente rápido y a la entrada de la sala de recogida de equipajes dos chicos empiezan a perseguirme: ¿espagnol, espagnol?,¿taxi, taxi? Solamente hay dos cintas, las maletas de mi vuelo salen por la número 2. No tardo en recordar una de las cosas que más me divierte de África: un caos y desorden que en cualquier aeropuerto europeo serían impensables. Entre los trozos que quedan de la cortina de plástico que separa el exterior del interior veo como los trabajadores van tirando las maletas encima de la cinta. Al cruzar la cortina, las maletas se unen a la cinta circular que va girando en sentido horario. Como la cinta no tiene un detector automático, muchas quedan apiladas y en la primera curva van cayendo al suelo sin llegar ni siquiera a los primeros pasajeros que esperan ansiosos. Un par de trabajadores del aeropuerto van saltando por la cinta intentado recolocarlas. La mayoría de pasajeros son africanos, solo somos 4 o 5 turistas. Casi todas las maletas son bultos envueltos en plástico de forma muy chapucera y tienen un folio con el nombre del propietario y el teléfono escrito a mano. Pienso que cuando salga mi mochila la identificaré rápidamente porque es muy diferente a las demás.
Después de unos 10 minutos mi mochila aun no aparece y decido acercarme más al principio de la cinta. Cada vez más nerviosa me voy girando para ver si aún quedan otros pasajeros esperando. Siguen saliendo maletas y pienso que la mía aparecerá por esa cortina en cualquier momento. Alguien me da un golpecito en el hombro, un señor de unos 50 años vestido mucho más formal que la mayoría de trabajadores me dice: “Mira bien la cinta que todas las maletas salen por allí y si no sale, ben a mi despacho”. Unos minutos después, la cinta deja de girar. Ya no queda nadie más esperando. Busco entre las maletas del suelo desesperadamente pero no hay ni rastro de mi mochila. Parece que ese hombre había intuido que necesitaría su ayuda. Voy a su despacho dispuesta a afrontar el primer reto del viaje con el mayor positivismo posible. El hombre hace los trámites para reclamar mi maleta muy eficientemente y me promete que mi maleta llegará con el vuelo del día siguiente. Me fuerzo a creer lo que me dice y salgo del aeropuerto muy ligera de equipaje para coger un taxi al hostal.
Dakar es una ciudad relativamente pequeña situada en una península en la costa atlántica. El aeropuerto está en el centro de la ciudad y se llega a cualquier lado en unos 15-20 minutos. Desde la ventana del taxi observo la vida de la calle: mujeres con paradas de comida, carruajes tirados por caballos, gente cargando cosas de un lado a otro… como en cualquier ciudad africana. Mes sorprende que hay poco tráfico comparado con otras capitales del continente que he visitado. Me instalo en el Espace Thialy, un sitio tranquilo con una terraza muy agradable.
Una vez instalada decido salir a pasear por la ciudad. Cojo un taxi para ir a visitar uno de los mercados del centro. Me encantan los mercados y es una de las mejores formas de conocer un lugar. Se llama Marché Kermel y está situado en un edificio circular. Las paradas dentro del mercado se distribuyen en círculos concéntricos. En la zona central hay la carne y el pescado y en las zonas exteriores los vegetales. La gente es simpática, se ríen y me dejan sacar fotos. Empiezo a darme cuenta de la limitación de no hablar francés, la lengua oficial del país. Para moverme por la ciudad no tengo problema, pero me limita bastante para tener conversaciones con la gente.
Al salir del mercado decido coger un ferry de unos 20 minutos para ir a la Isla de Gorée. Es una isla muy pequeñita a 3km de la costa. Su principal encanto es que no tiene carreteras y no hay vehículos. Además, fue de destacada importancia durante la época de tráfico de esclavos. En la isla hay bastantes turistas. Un chico que habla muy bien el español me convence para hacerme de guía. Nos damos una vuelta de una hora y media. Los edificios son de estilo colonial de colores pastel. Los artistas de la isla venden cuadros de todo tipo y figuras hechas con material reciclado. Paramos a ver como unos de los artistas hacen cuadros de arena. Desde el punto más alto hay una vista panorámica de toda la isla. También se puede ver Dakar, aunque hoy envuelta en una nube de polvo. Muchas de las calles de Dakar son de arena y cuando hay cambios de temperatura la ciudad queda cubierta en una neblina marrón.
Al final de la ruta entramos a la Maison des Esclaves (la casa de los esclavos). En este edifico es donde los esclavos esperaban durante dos o tres meses antes de que los embarcaran en dirección a América. Es un edificio de dos plantas. En las planta baja hay varias salas donde estaban los esclavos separados en función del peso, la edad y el género en unas condiciones infrahumanas. El peso mínimo era de 60 kg. Los que no lo cumplían los encerraban en una sala específica y les obligaban a comer hasta que lo alcanzaran. Al final del edificio hay lo que se conoce como “la puerta de no retorno” que es por donde los esclavos salían para subir a los barcos y nunca más volvían a sus casas. En la mayoría de los casos, miembros de la misma familia eran mandados a países diferentes y nunca más podían volver a contactar. Una vez en el país de destino les cambiaban el nombre y era muy difícil identificarles. En la planta de arriba vivían cómodamente los que se encargaban de la gestión de los esclavos. Éstos a menudo tenían relaciones sexuales con las esclavas. Cuando una mujer se quedaba embarazada era liberada. En consecuencia, las mujeres esclavizadas “querían” tener relaciones con ellos para quedarse embarazadas y poder escapar. Una auténtica barbarie.
Esa tarde quedé con Alonso y Mónica que habían pasado la última semana instalados en una playa del norte de Dakar. Por fin nos conocimos en persona. Dimos un paseo por la ciudad y fuimos cenar a un restaurante cerca del hostal. Durante las cena me contaban varias anécdotas que habían tenido durante las rutas que ya habían hecho. Cuántas más historias me contaban, más ganas tenía de poder vivirlo en primera persona.
El domingo decidí alejarme un poco de la ciudad y fui a visitar el lago Rosa. Este lago es famoso por tener una salinidad muy alta, muy parecida a la del Mar Muerto. Esto hace que viva un alga que se alimenta de sal y energía solar y en este proceso da el tono rosado al agua por el cual es conocido el lago. Está a unos 35 kilómetros al norte de Dakar, aunque en transporte público tardo casi dos horas en llegar. Un autobús me deja a la orilla del lago y enseguida me decepciono al ver que el lago no es rosa. Un chico se me acerca para ofrecerme todo tipo de actividades turísticas. También me explica que el tono rosado depende del sol y del viento y que aunque ahora no lo vea, si cojo una canoa veré el agua rosada en el centro de lago. Después de un buen rato de negociaciones decido ir a dar una vuelta en un buggy por las dunas que hay alrededor y después coger una canoa para poder ver el esperado tono rosado. El lago también es muy conocido porque durante varios años fue el punto de llegada del rally Dakar. El guía me cuenta emocionado como miles de senegaleses acudían al lago para disfrutar del evento.
Durante la vuelta en buggy subimos y bajamos por algunas dunas de arena. Llegamos hasta la playa y recorremos unos pocos metros. Después, desde un punto más elevado tengo unas vistas panorámicas de la zona. En la segunda parte del tour un chico nos lleva con una pequeña canoa al centro del lago. Como es muy poco profunda, empuja la embarcación con un largo palo tocando el suelo, como si fuera una góndola de Venecia. El guía tenia razón y desde la barca puedo ver el tono rosado del agua.
La alta salinidad del lago da trabajo a varias familias de la zona que se dedican a extraer sal del lago para venderla. Los hombres son los encargados de recoger la sal del agua desde pequeñas canoas. Las mujeres esperan a la orilla y son las responsables de descargar los quilos de sal y acumularlos en sus montoncitos. Es un trabajo bastante duro físicamente tanto para ellos como para ellas. Observarles me parece la parte más interesante de la visita.
El lunes por la mañana he quedado con el grupo para empezar nuestra ruta. Kumakonda es una empresa muy nueva y aún hay muy poca gente que la conozca. Solamente seremos dos pasajeros. El que me acompaña es Mark, un chico de California que también estuvo hace años viajando por África. Nos reunimos los cuatro y lo primero que hacemos es rellenar formularios para solicitar el visado de Guinea. Uno de los inconvenientes de esta zona es que todos los países que visitaremos (excepto Senegal) requieren visado. Algunos los hemos ya solicitado con antelación, pero otros, como el de Guinea, lo tenemos que solicitar durante la ruta. Después de rellenar toda la información nos dirigimos a la embajada de Guinea en Dakar. Nos atienden muy eficientemente y nos prometen que tendremos los visados listos para el día siguiente a las 15h. Salimos muy contentos ya que conseguir visados no siempre es algo tan fácil. Después voy al aeropuerto a recoger mi maleta que por fin ha llegado.
El martes por la mañana nos despertamos tranquilamente y nos preparamos para empezar la ruta. Lo bueno de viajar pocos es que tenemos mucho espacio en el camión. Alonso y Mónica viajan en la cabina delantera y Mark y yo tenemos toda la parte trasera: podemos escoger asiento y colocar el equipaje como más nos convenga. Pasamos por la embajada de Guinea a la hora pactada y con los visados listos empezamos nuestra ruta. Vamos camino a Saint Louis, una ciudad pesquera al norte de la costa de Senegal.
Como hemos salido tarde no tenemos tiempo a llegar y justo antes de que anochezca nos paramos en una aldea al lado de la carrera principal y acampamos. Lo bueno de ser “autosuficientes” es que podemos parar a dormir en cualquier lado. Bajamos a saludar a la gente del poblado. Curiosamente sólo hay mujeres y casi no hablan francés. Mónica les explica que queremos dormir allí y nos dicen que no hay problema. Las chicas vienen a saludarnos y observan entre risas el espectáculo mientras montamos las tiendas. Preparamos unas judías verdes con patatas que hemos comprado por el camino en un puesto local y cenamos bajo el estrellado cielo africano.
En la próxima entrada explicaré nuestra visita a Saint Louis y al Parque Nacional de Djoudj.
Podéis ver las fotos aquí.
Rosa dice
Holaaaa! Quines ganes de llegir les teves publicacions del viatge! Sort que la maleta va arrivar a temps! Eficiencia Africana! Jaja
Unes fotos molt xules. Disfruta molt aquesta nova experiencia!
Pilar xercavins dice
Cristina !!
Es molt interessant el q expliques !!
Sort q ja t’arrivat la moxila !!!
Bon viatge i seguiré llegin , el teu bloc!!!
Una abraçada 😘😘😘
Kris Xerca dice
Gràcies!! Si al final el tema de la maleta es va solucionar facilment, peto!!
Eli dice
😉 😉 😉
Mercè dice
Al saber que tornaves a Àfrica, que contenta em vaig posar!! Tornaria a viure mijançant els teus escrits aquest continent màgic!!! Veig que Senegal s,assembla força a Gambia. Jo vaig estar fa 2 anys i em va semblar fantàstic.
Et desitjo siguis molt feliç durant aquest viatge. Admiro la teva valentia Kris. Petonets
Kris Xerca dice
Moltes gràcies Mercè ! M’alegro de que disfrutis llegint el blog! un peto